lunes, octubre 25, 2010


HIJO DE PASTOR...lo peor

Uno de mis primeros recuerdos de la iglesia es estar sentado en una de las bancas de cedro adelante. Por alguna razón, a los hijos de predicadores y pastores nos sientan
siempre adelante. Alguien en algún tiempo tuvo la brillante idea de hacer pensar a los demás que mientras mas adelante se sienta uno en la iglesia mas “santo” o más “cristiano” es. En fin, mi recuerdo es estar en esa banca y ver a una hermana que con su dedo apuntándome a la cara me decía: “¡Junior, te tienes que portar bien porque tu papá está predicando!”. Hoy, muchos años después, aún no entiendo lo que la hermanita me estaba tratando de decir. ¿Qué? ¿quiere decir que si mi papá NO estaba predicando entonces me podía portar mal? No quiero sonar poco brillante pero ¿qué tenía que ver el hecho que mi papá estaba predicando con que yo me portara
bien? ¿Acaso no nos debemos portar todos bien todo el tiempo no importando quién esté predicando? Ajajajaja, ¡los grandes misterios de nuestro universo! Yo creo que no hay mucho misterio. Creo que es obvio el problema serio que afrontamos como iglesia con aquellos que son hijos de “Líderes” o “Pastores”. Al mismo tiempo, no quiero poner el problema fuera de proporción. Hay muchos hijos de líderes cristianos que no hemos tenido la clase de problemas de rebeldía que generalmente se nos atribuyen. Hemos tenido problemas, sí, pero no hemos llenado el perfil que generalmente (y muchas veces erróneamente) se le atribuye a los hijos de
pastores.
Quiero ser claro aquí, yo se que yo no era el niño merecedor del diploma por mejor comportamiento. De niño yo no necesitaba oración, ¡creo que necesitaba liberación! Solo pregúntenle a mis maestros de Escuela Dominical o a los compañeros de ministerio de mis papás. No me acuerdo muy bien, pero creo que cuando yo entraba los domingos en la mañana al edificio de la Escuela Dominical, los maestro no decían: “Huy, allí viene Junior”, creo que decían: ¡¡¡“Uy hay viene el gadareno”!!!. Y
juzgando mis recuerdos ahora como persona mayor, tengo que acceder a que mis pobres maestros tenían razón. Lo interesante es que ahora también puedo juzgar que mi
comportamiento no era porque era hijo de un predicador sino era resultado de ser un niño hiperactivo. Sí, yo era hijo de pastor, pero también era hiperactivo. Y recuerdo que había en la iglesia otros niños hiperactivos y traviesos como yo, pero en ellos, ese comportamiento los hermanos lo veían como normal. En mí, lo miraban como resultado de ser hijo de pastor. Esta creo que es la raíz del problema: las expectativas que tenemos de los hijos de nuestros líderes. Los medimos con la
misma vara con que medimos a nuestros líderes. Vemos a Pedrito, vemos a Susanita, y queremos ver a un pastorcito a una pastorcita. Estamos muy equivocados.
Si tan solo dejáramos en paz a los hijos de nuestros pastores y líderes. Si los dejáramos ser según su personalidad. Si los disciplináramos según su edad y no según la posición de sus padres, ellos crecerían en un ambiente que ellos respetarían porque percibirían que la gente al rededor respeta su personalidad, su forma de ser y su espacio personal.
¿Cómo queremos que los hijos de nuestros líderes sean lumbreras si desde pequeños han crecido con la famosa frasecita:“Hijo de pastor. . .lo peor” ?
Una vez, después de hacer una de mis famosas travesuras en la iglesia (le puse una rata blanca en la bolsa a mi maestra ya me perdonó) uno de los adultos me miró hacia abajo con mirada de dios griego y me dijo: “Bien dicen, hijo de pastor lo peor”.
En la noche, después de que en mi casa me habían disciplinado por mi hazaña, pregunté a mi mamá qué significaba esa frase. Ella me dijo: “¿Quién te dijo eso hijito?” –“ El hermano Ramiro”—le contesté, no entendiendo la cara de curiosidad
de mi mamá (¡ahora ya la entiendo!). “Ah”—me contestó—“ el hermano Ramiro se confundió, lo que él quiso decir fue ¡‘hijo de pastor lo mejor’!” Mi mamá siempre sembrando positivismo en mi corazón. “Lo que hiciste estuvo mal”, –continuó diciéndome–“ pero lo que el hermano Ramiro te dijo no fue por eso.Eres tan bueno y tan lindo –(¡quiero creer que aún lo soy!)– que eres lo mejor”.
¿Qué le estamos sembrando en el corazón a los hijos de nuestros líderes? ¿No creen que si sembramos en ellos que son lo mejor y que son especiales, crecerán comportándose como los mejores y los mas especiales?
Quiero pedirles perdón por ponerme de ejemplo, pero humildemente les digo que es el mejor que pude encontrar. Basado en mi propia experiencia, quisiera compartir lo que yo creo que son las responsabilidades de la iglesia hacia los hijos de pastores
y líderes. También quisiera compartir lo que aprendí de mis padres creciendo como hijo de líder. Y como “bonus track” le quiero compartir unos pensamientos a mis compañeros de batalla, los hijos de pastores.
Cosas que aprendí de la iglesia:
Mi papá es el pastor, no yo. En 1 Crónicas 29 vemos un ejemplo clásico de esto. El Rey David estaba dando sus últimas instrucciones para la construcción del templo y la continuidad del Reino. El capítulo abre con la instrucción firme y específica
a toda la congregación: “Sólo a mi hijo Salomón ha elegido Dios. Él es joven e inmaduro…”. ¡Wau! David no sólo le estaba hablando a “su” congregación, nos estaba hablando a todos nosotros. Los hijos de nuestros líderes han sido escogidos por
Dios para estar en La Obra con sus padres pero no son como sus padres, por un tiempo serán jóvenes e inmaduros. La iglesia adulta y madura tiene la responsabilidad de amarlos así y ayudar a su crecimiento espiritual para que su amor por la iglesia crezca y no disminuya como muchas veces lastimosamente es el caso. Castíguenme porque me porto mal, no porque mi papá es pastor. Yo no digo que hay que tolerar el mal comportamiento. Pero sí creo que debemos ser justos y disciplinar por las razones
correctas. Los procedimientos disciplinarios que la iglesia tenga se deben aplicar. Pero no hay excusa de sacar la ya trillada bandera de que “tienes que dar el ejemplo”. ¿Ejemplo de qué? o “No te da vergüenza, tu papa es el pastor” ¡No! No
me da vergüenza portarme mal, ni me da vergüenza que mi papá sea el pastor.
Prémienme por lo que soy no por lo que mis papás son. Muchas veces los hermanos de la iglesia cometen el error de darle privilegios a los hijos del pastor no porque son competentes sino para que el pastor se sienta bien que a sus hijos los toman
en cuenta. Si los hijos del pastor son buenos para cantar hay que ponerlos a cantar, si no sirven para cantar, pónganlos de burritos en el drama de Jesús entrando a Jerusalén, pero no les den un privilegio que no les corresponde. Y cuando se lo den,
asegúrense de que sepan que es por sus méritos y no por los méritos de sus papás.
El líder de la congregación es mi papá, no yo. Muchas veces, se le otorga a los hijos de pastores cierta aura de autoridad por el puesto que el papá o la mamá tiene. Eso es un grave error, especialmente si son adolescentes. Los hijos de líderes, tienen el derecho a hacer fila afuera en el estacionamiento antes de
un evento como el resto de la gente. Tienen derecho a sentarse hasta atrás si llegaron tarde. Tienen derecho a no poder estacionar su propio vehículo en un estacionamiento preferencial.
Le damos el mensaje equivocado a los hijos de los líderes y al resto de la congregación cuando los hijos tiene privilegios desproporcionados. A menos que la congregación sea propiedad del pastor y de la pastora, la verdad es que debería haber
miembros de la iglesia con mejores “beneficios”.

Cosas que aprendí de mis papás:
Nunca los oí hablar mal del Ministerio. Mis papás nunca nos envenenaron con las quejas del ministerio. Y me imagino que las había. Nunca hablaron mal de “los hermanos” enfrente de nosotros. Me recuerdo una vez que mi papá tuvo que dejar el
liderazgo de un ministerio por la ambición de alguien más que quería su puesto, mis papás nunca hablaron mal de la situación ni del hermano. Como mis papás nunca se quejaron del ministerio, yo crecí aprendiendo que era la vida más emocionante
que había y naturalmente le pedí a Dios que me llamara a La Obra así como había llamado a mis padres Nunca nos pidieron que nos portáramos como “hijos de pastores”. Muchas veces nuestros líderes les piden a sus hijos que dejen de hacer algo o se comporten de cierta forma por la posición de liderazgo que ellos tienen. Les tengo malas noticias, su hogar es más importante que su ministerio. Si se siente presionado porque sus hijos “den el ejemplo”, de el ejemplo usted primero, dedíquese a sus hijos más que a su ministerio. Muchas de las cosas que yo hacía y mucho de mi
comportamiento muchas veces tuvo que haber avergonzado a mis papás. Pero ellos pedían que yo cambiara no porque ellos eran “líderes” sino porque yo tenía que honrar a Dios. Eso era lo importante para ellos, yo, entonces crecí aprendiendo
también que eso debía ser lo importante para mí. En la Iglesia y en la casa, mis papás eran los mismos. Con tristeza tengo que decir que al hacer consejería con muchos hijos de pastores, me doy cuenta del doble mensaje que reciben de parte de sus padres. En la iglesia mi papá era caballeroso con mi mamá, en la intimidad de nuestra casa también. Delante de los hermanos mi mamá era cariñosa conmigo—a pesar de
mis maravillosas travesuras—en la intimidad de nuestra casa también. En el púlpito mi papá predicaba con poder acerca de la oración y cuando yo me levantaba al baño a las 4:00 a.m. yo miraba a mi papá de rodillas orando todos los días. Mi mamá
regañaba a las hermanas para que dejaran de ver telenovelas y leyeran su Biblia. En la casa, si mi mamá no estaba haciendo el oficio, estaba leyendo su Biblia siempre. En la Iglesia y en la casa, mis papás eran los mismos.

Cosas que aprendí como hijo de pastor:
Dios tiene un lugar especial en Su corazón para los hijos de pastor. Dios sabe que muchas veces yo tuve que “compartir” a mis papás con Su Obra. Las noches que tal vez me dormí y mi papá no había llegado porque el servicio se había alargado.
Los fines de semana que no pude ir al parque de diversiones como todos mis amiguitos porque nosotros íbamos a la iglesia. La vez que yo quería ir a ver a mi equipo preferido de fútbol pero ese día mi papá ya tenía compromiso para predicar. Todo
esto Dios lo guarda en Su corazón de Padre y nos lo recompensa. Tal vez hemos llorado porque nuestro sistema de vida es diferente al de las familias de nuestros amigos. Dios sabe esto, por eso ha prometido que los que sembramos con lágrimas
cosecharemos con regocijo. En mi caso, ¡cómo he cosechado de bien!
Los hijos somos el regalo de Dios a nuestros padres. En el Salmo 127 Salomón describe lo que él vio en su padre el Rey David. Obviamente, David le hizo sentir a Salomón que él como hijo era la bendición mas grande que tenía. “He aquí, heredad de Jehová son los hijos; recompensa es el fruto del vientre.”(vr. 3) Nosotros somos la herencia que Dios le ha dado a nuestros padres. Es privilegio de ellos tenernos, y es
privilegio nuestro ser ese regalo para ellos. Tal vez no muy te gusta la idea de haber nacido en un hogar de pastores, pero eso no lo puedes cambiar porque Dios quiere que esa sea bendición para tus padres y para ti. Es un privilegio muy
alto. No somos hijos de los ancianos de la iglesia, no somos hijos de la maestra de Escuela Dominical. Somos hijos de nuestros padres y somos el regalo de Dios para ellos, si eso no le gusta a la iglesia, el problema es de ellos.
Mi papá es el pastor todo me faltará… A veces, dependiendo de la naturaleza del Ministerio, los hogares de pastores y líderes no tienen todas las comodidades que los hijos quisieran tener. Aún así, Dios nunca los abandona y siempre les da lo necesario. Afortunadamente, muchos ministerios cuidan bien de sus líderes y sus familias. Tal vez como hijo de pastor o líder te has sentido limitado en lo que tienes y en lo que puedes tener. Tenemos que recordar que fuimos llamados como familia a servir a Dios por fe, no por dinero.
Y al final del camino te darás cuenta que vale mucho más la pena vivir por fe que por el trabajo. Tal vez no pudiste tener todas las cosas que quisiste pero se que tuviste lo que necesitabas. Cada vez que deseaste algo y no lo podías tener a causa del llamado de tus padres, Dios te lo va a dar a lo largo de tu vida. Tus hijos van a cosechar lo que tú sembraste. No digas que creciste en pobreza, porque ese es
un termino de nuestra sociedad consumista y materialista.
Pobre no es el que no tiene, pobre es el que no cree. Los hijos de pastores tal vez no heredamos terrenos, ni fortunas, ni reinos, heredamos algo mas valioso. Heredamos algo que otros, por mucho que amen a Dios, no pueden heredar si no están en La Obra. Se nos deja una legado espiritual, el hecho que nuestros padres no sirvieron en la industria, no sirvieron en el gobierno o en los negocios, sirvieron con sus vidas y sus hijos al Dios Altísimo creador del universo.
“...pero yo y mi casa serviremos a Jehová.” es más que un versículo bonito en Josué 24 para colgar en la cocina. Es la declaración de Josué a la congregación y a sus propios hijos que lo más importante que él le dejaba a su familia no eran los terrenos, las pertenencias o cualquier otra cosa material, la herencia que el dejaba era que él y su familia habían servido y servirían a Jehová.
¿“Hijo de pastor . . . lo peor”?, no creo. Seremos lo que la iglesia espera que seamos. Iglesia, instruye al hijo de pastor en su camino y cuando sea grande no se apartará de el.

Junior Zapata es Director de educación
cristiana del Colegio América Latina, una de
las instituciones educativas más grandes de
Latinoamérica. Orador especialista en nuevas
estrategias de educación y liderazgo. Autor.

lunes, octubre 11, 2010

Rebeldía y Apatía


Los jóvenes son rebeldes y apáticos en toda época, civilización,cultura y país. Pero, sin duda, estas características se agudizan entre las nuevas generaciones latinas en los Estados Unidos, a causa del fuerte choque de dos sicologías
que llevan a dos comportamientos diferentes. Veamos:
Buena parte de América Latina se encuentra situada en la zona tórrida, lo cual no es un factor de poca monta, sino muy importante para entender la diferencia sicológica entre sus moradores y los anglosajones de la América del Norte. La medición temporal de las estaciones: invierno, primavera, verano y otoño, obliga al horario, al cronómetro, a la agenda, al manejo riguroso del tiempo; la ausencia de ella genera una monotonía que hace al hombre estar estando, pasar pasando.
«No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy» es un axioma anglosajón. «Mañana será otro día», axioma latinoamericano.En el análisis de una situación determinada, el anglo concreta, el latino dilata. Siendo el tiempo una medida que se le da al espacio, en el norte transcurre rápidamente, en el sur con lentitud. El trópico, por sus condiciones meteorológicas, genera un ambiente propicio a la modorra, al aplazamiento del asunto, al después. José Eustasio Rivera, el enorme poeta latinoamericano, movió la idea de que el hombre es un producto del paisaje. El hombre no: su conducta, parcialmente, sí.
Hay quienes miran con desdén al sujeto tropical, pues observan en él perfiles negativos: dicen que es iluso, de cabeza caliente, voz altisonante, modales bruscos, omiso, haragán, dado a la improvisación y a dejarlo todo iniciado sin llevar nada a
término. Por lo cual la región que lo alberga es teatro de un concierto interminable de sinfonías inconclusas.
Tales críticos hablan de las endemias y epidemias tropicales, de las dictaduras tropicales, los huracanes tropicales, de lo tropical en sentido despectivo. Y, lo peor de todo, millones son las víctimas de tales señalamientos que los creen y se limitan a encogerse de hombros y exclamar con voz cancina: «Qué le vamos a hacer, nosotros somos así». De esta manera, al medio ambiente creado por la naturaleza, se le añade un medio ambiente sicológico deprimente que produce más erosión y daños
mayores a la colectividad.
Se dice, por el contrario, que el nórdico es ordenado, matemático, preciso, riguroso; y se hace de ello una virtud, pasando por alto que la inflexibilidad trae, también, a su turno, adaptadores sicológicos nocivos. Lo puntual, lo milimétrico, lo
invariable puede llevar a la rutina, y la rutina hace aburrida la existencia. Millones de seres libres han desarrollado, de esta manera, una nueva esclavitud, como dándole la razón a Franz Kafka cuando afirma que «el hombre solo es libre para elegir su propia cadena».
Por lo anteriormente expuesto, resultan explicables los choques que se presentan en el encuentro de las dos sicologías colectivas, que no debieran permanecer tercas cada una en lo suyo, sino analizarse mutuamente y aprender de las dificultades
diferenciales. Lo básico de ellas estriba en la obvia brecha que separa a romanticismo y pragmatismo. El latinoamericano es romántico, el anglosajón es pragmático, pero los dos son distorsiones del hombre equilibrado. ¿Puede haber romanticismo pragmático? ¿Es posible, acaso, un pragmatismo romántico? En realidad, Don Quijote y Sancho son la misma persona, sólo que reacciona de dos maneras diferentes. Como el doctor Jekell y Mr. Hyde, o El otro yo del doctor Merengue,
para recordar la vieja tira cómica americana. Un buen mestizaje que podría intentarse sería tomar de cada ADN colectivo – por llamarlo de alguna manera- los componentes positivos y mezclarlos hacia la síntesis futura.
Hay algo en lo cual, con bases bíblicas, podemos llegar a un acuerdo básico: el buen manejo del tiempo. Para bien o para mal, en el norte y en el sur, en el oriente y en el occidente, los relojes existen, son máquinas ideadas por el hombre por mera
necesidad. En la Biblia se cuenta el tiempo a partir de la caída de Adán y Eva. En el Edén no había tiempo sino eternidad. La edad de los primeros padres es el evo. Habiendo tenido principio, ellos no tendrían fin, como seres eviternos. Después de la
caída, si bien el espíritu no fallece, la carne sí; y, por esa causa, en tanto llega la resurrección, el tiempo es necesario como medida del transcurrir humano.
Entendida la diferencia de enfoque sobre el tiempo y el espacio, el Señor cambiará la rebeldía en disciplina y la apatía en diligencia.

Rebeldía y Apatía
Líder Juvenil® OJO PASTORAL
por Darío Silva-Silva

MINISTERIO PETRA - IGLESIA GETSEMANI